El sector de la moda cierra un 2013 agridulce y busca un nuevo horizonte en los accesorios tecnológicos
Por Eugenia de la Torriente, 29/Dic/2013
Tras dos años convulsos, la moda
encaraba 2013 dispuesta a disfrutar
de una etapa de plácidos éxitos. Es
cierto que el frenesí provocado por la
incertidumbre económica generalizada
y por un escenario en transición en el
sector se ha aplacado. Pero su lugar
lo han ocupado meses agridulces y
deslavazados que claman por que la
industria encuentre una brújula moral.
El optimismo de la recuperación del
mercado en la Navidad de 2012 duró
poco. En abril, la muerte de 1.132
trabajadores en el colapso de un taller
textil en Bangladesh obligó al mundo a
enfrentarse con la terrible realidad que se esconde bajo la moda de usar y tirar. Fue uno de los mayores desastres industriales de la
historia y provocó acalorados debates sobre la necesidad de mejorar las condiciones en los
países que producen las prendas que lleva el planeta. En mayo se logró que cinco grandes
compañías —entre ellas, Inditex y H&M— suscribieran un acuerdo sobre seguridad y en julio
se revelaron los detalles de un plan al que, ante la magnitud de la indignación, ya se habían
sumado 70 empresas. Pero la tragedia reveló un problema todavía más profundo: lo
insostenible de un sistema voraz y esclavizante que ha dinamitado todos los modelos
sensatos de diseño, confección, distribución y compra de ropa. Más allá de exigir los
imprescindibles mínimos de seguridad, no está claro que la raíz del problema sea reversible.
Los compradores no parecen dispuestos a modificar unos hábitos de consumo de moda que
exigen una rotación histérica y unos precios irrisorios. Y las compañías mucho menos a
renunciar a los beneficios que genera esta rueda de locura que ellas mismas han promovido.
Pero la continua aceleración siempre tiene un límite. Los grandes
conglomerados del lujo, que parecían ajenos a la crisis, han visto
ralentizar este año sus cifras de crecimiento. LVMH, Kering (antes
PPR) y Prada han publicado números todavía al alza, pero inferiores
a lo esperado.
El descenso de la velocidad a la que se incrementa el
mercado en China y la saturación en la apertura de tiendas son algunos de los argumentos que se esgrimen para explicar el cambio
de tendencia. En el otro extremo del espectro, Inditex ha registrado
un crecimiento del beneficio del 1% en los nueve primeros meses del
año. En ese mismo periodo, en 2012, la subida fue del 27%. ¿Ha
afectado todo esto a las creaciones en sí? Desde luego. Un repaso a
los diseños que han protagonizado titulares arroja un resultado poco
menos que desolador. En 2013 volvió el grunge, las sudaderas, los
préstamos del armario masculino para las mujeres y los ombligos al
aire. Todo un prodigio de originalidad, riesgo e inventiva, vamos.
Aunque también ha habido notas positivas. Durante las últimas dos
décadas, el auge del sector se ha sustentado en una fórmula: tomar
una firma histórica y olvidada, colocarle un creador atrevido y
convertirla en un fenómeno planetario. Así se resucitó Gucci, Dior o
Louis Vuitton. Pero el modelo está en las últimas y, tras desempolvar
los nombres de Worth, Vionnet o Schiapareli, ya apenas quedan
casas por rescatar. Por eso en 2013 los grandes conglomerados han
fijado por primera vez su atención en la construcción de etiquetas
nuevas y han apostado por marcas jóvenes. Altuzarra y Christopher
Kane han recibido la inversión de Kering; Nicholas Kirkwood y J.W.
Anderson, la de LVMH. Este último, además, ha sido elegido para
reemplazar a Stuart Vevers en Loewe (plaza que quedó libre en
junio) y el grupo ha creado un premio al mejor joven diseñador que
se fallará en 2014 y estará dotado con 300.000 euros. En esto,
Europa ha aprendido la lección de Estados Unidos. La Semana de la
Moda de Nueva York ha conseguido un nivel de relevancia insólito
gracias a su apuesta por los nuevos creadores. Precisamente este
año se cumplen 10 desde el nacimiento de un programa impulsado
por el Council of Fashion Designers of America (CFDA y Vogue que
ha lanzado a toda una generación de diseñadores que hoy parecen imprescindibles pero que han surgido de la nada en este plazo: Proenza Schouler, Alexander
Wang (hoy en Balenciaga), Jason Wu (hoy en Hugo Boss)...
Cabe felicitarse porque 2013 se haya convertido en una celebración
del genio de Azzedine Alaïa. Una exposición en el Museo Galliera de
París (que se puede ver hasta el 24 de enero), una nueva tienda en
el epicentro del lujo de esa ciudad (a un paso de la Avenue
Montaigne) y el anuncio de la creación de un perfume ponen al
diseñador en una nueva órbita, tras medio siglo de extraordinario
trabajo. Y de enorme fidelidad a sí mismo. En 1979, Michele
Cressole escribía: “Es el más discreto de los grandes modistas,
puede que porque sea el último. Los profesionales de la moda le
conocen por haberle propuesto en vano trabajar para ellos.
Inmortalizar su nombre en una marca no le tienta”. ¿De cuántos
artistas se puede seguir decir exactamente lo mismo 35 años
después?
Ha habido más buenas noticias. Josep Font ha conseguido que el debut de Delpozo en Nueva York sea un éxito en términos de repercusión mediática y de apertura de puntos de venta internacionales. Nicolas Ghesquière
ha puesto fin a un año de retiro al fichar por Louis Vuitton, tras la salida de Marc Jacobs de la casa en octubre. Pero acaso lo más prometedor esté por venir. La gran oportunidad de la
industria está en los accesorios tecnológicos (la llamada wearable technology: gafas, relojes y
mucho, mucho más) y en las sinergias que pueden (y deben) crearse entre las firmas de
tecnología y las de moda. Se abre un mundo nuevo de posibilidades. En el que ojalá no se
repitan los errores cometidos en el viejo.